Schiaparelli conquista París con un retrofuturismo que hipnotiza

Schiaparelli conquista París con un retrofuturismo que hipnotiza ¿Puede la alta costura reinventar el pasado y convertirlo en futuro?

Estamos en pleno verano de 2025, en el corazón de París, y el aire huele a historia mezclada con electricidad creativa. Schiaparelli despliega su alfombra invisible en el majestuoso Petit Palais y, por un instante, uno cree que el tiempo se dobla sobre sí mismo. Lo que Daniel Roseberry presenta hoy no es un desfile, es una conversación íntima entre 1938 y el año que viene, entre el polvo dorado de los archivos y el brillo metálico de un porvenir imaginado. El retrofuturismo se hace carne en cada puntada, y yo estoy aquí para verlo, para contarlo y, quizá, para perderme un poco en él.

“La moda no es cuestión de seguir el tiempo, sino de jugar con él”. Esa frase, que podría haber firmado Elsa Schiaparelli en sus días más inspirados, parece susurrar entre las columnas del Petit Palais.

Roseberry, tejano de nacimiento y parisino de adopción, sabe perfectamente qué está haciendo. Desde 2019 lleva el timón de esta casa con una audacia que no teme pisar terreno sagrado. Hijo de un pastor anglicano y de una artista, estudió en el Fashion Institute of Technology y pasó una década junto a Thom Browne antes de atreverse con el reto mayúsculo: ser el primer estadounidense al frente de una maison francesa de alta costura. Lo curioso es que, lejos de diluir el ADN surrealista de Schiaparelli, lo ha afilado, lo ha devuelto a ese filo en el que la belleza coquetea con lo extraño.

un viaje sin pantallas ni inteligencia artificial

La colección “Back to the Future” no es una ironía pop ni un guiño superficial al cine ochentero. Roseberry parte de un momento oscuro de la biografía de Elsa: su huida de París en 1940 rumbo a Nueva York, empujada por la guerra. Ese exilio se convierte en el marco de una propuesta que imagina un mundo “sin pantallas, sin inteligencia artificial, sin tecnología”. Y aunque suene contradictorio, es un mundo que él llama postfuturo: un lugar donde la modernidad no se mide por gadgets, sino por ideas.

La paleta es tan precisa como un bisturí: blanco, negro, rojo y plata. Nada de distracciones cromáticas. Aquí lo importante son las formas y las texturas. Las 30 salidas desfilan como esculturas móviles: bordados metálicos que simulan el pelaje de un leopardo, chaquetas que parecen sillas de montar texanas, y una reinterpretación de la mítica capa Apolo de Versalles de 1938, ahora con un dramatismo que parece desafiar la gravedad.

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“No se trata de disfrazar el pasado, sino de vestirlo para el mañana”.

la alquimia de la aguja y el hilo

En los talleres de Place Vendôme se trabaja como si el reloj marcara otra era. Bordados con hilos metálicos que atrapan la luz, plisados que parecen arquitecturas de papel, cuero moldeado a mano, lentejuelas que orbitan sobre la tela… cada pieza consume cientos de horas de trabajo. El savoir-faire francés, ese intangible que no se compra ni se improvisa, está presente en cada puntada.

Elsa Schiaparelli ya había abierto esta puerta en los años treinta, introduciendo cremalleras decorativas cuando nadie más lo hacía, y aliándose con Dalí, Picasso o Cocteau para fundir arte y moda sin pedir permiso. Aquella mujer que inventó un tono de rosa propio y un vestido de langosta habría sonreído viendo cómo su legado sigue vivo, pero transformado.

del archivo polvoriento al hashtag viral

Detrás del renacer de la maison está Diego Della Valle, el magnate de Tod’s que en 2006 compró los archivos de la firma. Para él, Schiaparelli no es un negocio más, sino un patrimonio cultural que debe protegerse de la prisa y del mercadeo voraz. Y quizá por eso, paradójicamente, hoy la marca se viraliza sin esfuerzo: Cardi B con un cuervo vivo en la mano antes del desfile, Dua Lipa en primera fila, millones de interacciones con el hashtag #SchiaparelliAW25… El secreto está en no perseguir el ruido, sino en crearlo desde la esencia.

retrofuturismo, ese espejismo que parece eterno

En 2025, el retrofuturismo es más que una tendencia: es una especie de espejo deformado donde nos miramos para entendernos. Schiaparelli lo traduce en brillos metálicos, siluetas casi imposibles, guiños espaciales y nostalgia reinterpretada. No son disfraces de astronauta ni clones de los años sesenta; son piezas que parecen flotar en esa frontera donde lo vintage y lo futurista se saludan con respeto.

En este desfile, el Petit Palais se convierte en una cápsula del tiempo. Afuera, París sigue su ritmo; adentro, el tiempo es maleable, un material más con el que se juega como con la seda o el terciopelo.

la pregunta que queda en el aire

Si algo me llevo de este día no es solo la impecable factura de cada prenda, ni la inteligencia con la que Roseberry manipula la herencia de Elsa, sino la sensación de que la alta costura todavía puede marcar un camino propio. Aquí no hay prisa, no hay algoritmos decidiendo qué se lleva. Solo hay artesanos, un director creativo con hambre de riesgo, y un diálogo abierto con el futuro.

¿Podrá la moda mantener este pulso contra la inmediatez? ¿O este espejismo atemporal acabará engullido por la marea digital? Por ahora, Schiaparelli responde a su manera: con una puntada lenta, un guiño vintage y una mirada fija en el horizonte.

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JOHNNY ZURI

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