¿Puede la moda bioluminiscente salvar el alma del océano? IRIS VAN HERPEN reescribe el futuro con algas vivas y luz líquida
La nueva colección de Iris van Herpen, titulada Sympoiesis, nace del mar pero sangra humanidad. 🌊
Hace tiempo, en una sala silenciosa de París, sentí cómo una pasarela se transformaba en ritual. Allí no había modelos: había médiums. Lo que desfilaba no era ropa: era un susurro biológico, una advertencia hecha arte. En Sympoiesis, la alta costura deja de ser un juego de telas y egos para convertirse en un puente entre el cuerpo humano y el alma del océano. Porque sí, aunque nos empeñemos en ignorarlo, el mar también tiene alma. Y ahora grita.
“El cuerpo ya no lleva un vestido, se vuelve un ecosistema”
Iris van Herpen no es diseñadora. O no solo eso. Es alquimista, médium, oceanógrafa de las emociones. Desde hace casi veinte años vive sumergida entre dos mundos: el pulso ancestral de lo orgánico y la fascinación vertiginosa de lo tecnológico. Pero con Sympoiesis, esa delicada simbiosis comienza a resquebrajarse. Y ella lo sabe. La urgencia se siente, se ve, se huele. No hay futuro sin piel marina. No hay moda sin vida.
Por eso, Van Herpen no hace un desfile: convoca un oráculo. Abre la puerta al océano como se abre un libro sagrado, un misterio líquido al que rinde homenaje con texturas ondulantes, formas que se licúan y vuelven a surgir como mareas vivas, silhuetas que laten al ritmo de las corrientes invisibles. Pero también con una tensión callada: el mar ya no es inmenso, es frágil. Y nos está mirando.
“La bailarina ya no baila, se disuelve”
En ese espacio flotante entre lo visible y lo intangible, aparece Loie Fuller. No en persona, claro, pero sí como fantasma estético. Aquella bailarina que un día desafió la forma, que convirtió la seda y el bambú en luz viva, resucita aquí como símbolo de lo impredecible. Van Herpen, que también fue bailarina, no solo la cita: la invoca. Y con la ayuda del artista de la luz Nick Verstand, la lleva al futuro.
Allí, en el inicio del show, una bailarina hecha de aire japonés se convierte en pincel. Su cuerpo, envuelto en un tejido casi invisible, se transforma en una criatura bioluminiscente. La luz no la ilumina: nace de ella. Cada movimiento activa un patrón, una danza entre el código y la carne. “El cuerpo se vuelve más que humano, parece desaparecer entre las olas de luz”, dice Van Herpen. Pero lo que realmente desaparece es nuestra indiferencia.
“El vestido no se cose, se cultiva”
Aquí es donde la moda se vuelve milagro. Junto al biodesigner Chris Bellamy, Van Herpen presenta una de esas piezas que se narran mejor con susurros: un vestido vivo, habitado por 125 millones de algas bioluminiscentes. No, no es una metáfora. Se trata de Pyrocystis Lunula, seres marinos criados durante meses en baños de agua salada y gel nutricional. El resultado no es un look: es una pequeña biosfera. Una crisálida que palpita.
Para que esa prenda respire, hubo que imitar su hábitat natural: humedad exacta, temperatura medida al milímetro, ritmos circadianos respetados como mantras. El taller se convierte entonces en océano artificial. El proceso ya no es manufactura: es cuidado. “Cuidar este vestido es cuidar una vida. No lo creamos, lo acompañamos en su crecimiento”, explica Bellamy. Y de pronto, la costura se parece más a la jardinería que a la moda.
“Vestirse de vida es también aceptar su fragilidad”
“La moda ya no decora el cuerpo, lo redefine”
En Sympoiesis, cada diseño parece una criatura pensante. Algunas piezas respiran. Otras se agitan con movimientos cinéticos diseñados por Casey Curran. Algunas huelen a océano gracias a Francis Kurkdjian. Otras suenan como un lamento submarino, con la dirección musical de Salvador Breed. Todo está orquestado para que lo sensorial estalle. No se trata de ver moda, sino de ser invadido por ella.
Hay momentos en los que la pasarela se vuelve acuario. Otros, donde parece una procesión de espectros. Los cuerpos desaparecen bajo estructuras que ondulan, se repliegan, o parecen salir de sí mismas. A veces se funden con materiales bio-circulares como los de Spiber. O se visten con cuero de micelio, ese milagro fúngico que parece sacado de un poema de ciencia-ficción. Pero aquí nada es ficción. Todo es diseño que piensa, que siente.
“No somos diseñadores de moda, somos jardineros del futuro”
Van Herpen insiste en que Sympoiesis es más que una colección. Es un intento desesperado de reconciliación. Con la naturaleza, sí. Pero también con nosotros mismos. Porque si el mar se seca, se seca también nuestra imaginación. Por eso hay que cuidarlo como se cuida un bordado antiguo, como se escucha una sinfonía frágil. Y ella, desde su atalaya de seda, nos grita sin gritar: el arte puede salvarnos. Pero solo si dejamos que nos duela.
“El arte no grita, pero tampoco calla”
“La naturaleza no es un recurso, es un diálogo eterno” (Iris van Herpen)
“Cuando el mar muere, muere la música del mundo” (Proverbio sin origen)
¿Y ahora qué?
Sympoiesis no se queda en la pasarela. Es una pregunta colgada del abismo. ¿Y si todas nuestras casas fuesen cultivadas, no construidas? ¿Y si cada prenda fuese un pacto con el entorno, no una excentricidad? ¿Y si la moda dejara de disfrazarnos para empezar a mostrarnos como parte de un todo? Van Herpen no responde. No hace falta. Basta con mirar cómo se enciende ese vestido vivo al moverse. Cómo late.
La pasarela se apaga. Pero el eco no. Queda flotando esa sensación de haber sido testigo de algo que no pertenece al tiempo. Porque cuando el arte se atreve a abrazar la naturaleza en vez de dominarla, algo se repara en nosotros. Algo se recuerda. Y aunque nadie lo diga en voz alta, todos lo sienten: el futuro, quizás, aún puede vestirse con belleza.
¿Estamos preparados para escuchar lo que la moda viva tiene que decirnos?