Maison Margiela arrasa con la moda futurista más extrema. Maison Margiela convierte la pasarela vanguardista en pura emoción sensorial
Estamos en otoño de 2025 en Milán, la ciudad que respira moda con cada esquina, y lo que acabo de presenciar en la Milan Fashion Week con la nueva colección de MAISON MARGIELA para otoño invierno 2025/26 me ha dejado con la piel erizada. ¡Qué locura más brillante! Lo digo sin titubear: Maison Margiela sigue siendo la única capaz de mantener la llama de la deconstrucción textil sin volverse predecible. La pasarela vanguardista que acabo de ver no fue un simple desfile, fue una especie de viaje sensorial donde la moda futurista dejó de ser una fantasía para convertirse en algo tangible, algo que se podía casi respirar.
El ambiente entero parecía diseñado para romper las normas, para recordarnos que la moda como arte no es un lema vacío sino un manifiesto en tela, luz y sonido. Las prendas no solo vestían, hablaban, gritaban, susurraban. Algunas eran arquitecturas portables, otras parecían esculturas hechas para abrazar la piel. Y ahí, justo en ese choque de materia y emoción, Margiela volvió a demostrar que el futuro no está en los hologramas ni en las telas digitales, sino en un forro al revés, en una costura expuesta, en esa cicatriz visible que se convierte en belleza pura.
la deconstrucción como lengua materna
Hace tiempo, cuando Martin Margiela comenzó a sacar forros hacia afuera, a dejar hilvanes como si fueran bordados, muchos pensaron que aquello era una provocación pasajera. Hoy lo miro desde esta pasarela y me doy cuenta de que fue la fundación de un lenguaje. La deconstrucción textil se convirtió en gramática, en sistema, en herencia. No es un capricho estético: es la forma más radical de decir que la ropa tiene un alma y que mostrar sus entrañas es un gesto de verdad.
“La belleza también puede ser un error expuesto”
Eso pensé al ver un abrigo con las costuras desbordadas como venas sobre la piel. El truco está en que Margiela no disfraza el proceso, lo convierte en espectáculo. Cada prenda es como leer el cuaderno de bocetos del sastre, pero en tamaño real, caminando frente a ti. Y es ahí donde la moda futurista encuentra su raíz: en volver visible lo invisible, en hacer que el patrón hable antes que el tejido terminado.
técnicas experimentales que parecen alquimia
Lo que más me fascina de esta colección es cómo se percibe la mano humana y a la vez la sensación de estar viendo ropa llegada de otro planeta. Patchworks imposibles, gabardinas desmontadas y vueltas a ensamblar como si fueran maquetas de arquitectura, tules que flotan como humo, texturas rugosas que parecen hablar. El método de Margiela es casi alquímico: recuperar, desmontar, deshilachar, volver a coser.
En la línea Artisanal ya habían hecho historia con piezas creadas a partir de tapicerías antiguas, alfombras o incluso muebles desarmados. Pero ahora lo llevan más lejos: lo táctil se vuelve protagonista absoluto. ¡Era como querer tocar cada pieza! Las texturas innovadoras parecían diseñadas para ser leídas con las manos más que con los ojos. Y aquí me viene la duda: ¿será ese el futuro de la moda, una ropa que más que mirarse se palpe, que invite a un diálogo con la piel?
la estética conceptual que cambió las reglas
Me resulta curioso cómo todavía hay quien piensa que la moda es puro adorno. Quien haya visto un desfile de Margiela sabe que está ante algo más cercano a una instalación de arte contemporáneo que a un escaparate comercial. La estética experimental y conceptual de la maison no sigue tendencias, las crea. No es que adapte la moda a lo que pasa en la calle: lo que pasa en la calle muchas veces es consecuencia de lo que Margiela decide mostrar en la pasarela.
“El patrón convertido en manifiesto”
Eso es Margiela, y por eso su impacto cultural es tan profundo. Al normalizar la costura visible, al legitimar el acabado crudo como lujo, abrió la puerta a toda una generación de diseñadores que dejaron de tener miedo al error. Margiela enseñó que el taller puede ser escenario y que lo inacabado también puede ser sublime.
sastrería moderna entre la escultura y la emoción
La sastrería, ese pilar que parecía intocable, también fue puesta bajo el bisturí conceptual. Chaquetas deshechas para volver a coserse en torsiones imposibles, abrigos que parecen microarquitecturas, pantalones que juegan con proporciones casi escultóricas. La sastrería moderna en manos de Margiela no es un traje formal: es un laboratorio de volúmenes, vacíos y movimientos.
Vi una chaqueta con pinzas retorcidas que generaban un vacío en la espalda, como si la tela hubiera aprendido a respirar. Y pensé: ¿acaso no es eso lo que buscamos en la ropa? Que nos acompañe, que nos dé forma, pero que también nos sorprenda con un gesto inesperado.
cuando la pasarela es pura experiencia futurista
El desfile en sí fue otra historia. No era solo ropa caminando: era una orquesta visual y sonora. Las asimetrías de las prendas se extendían al maquillaje y al peinado, creando una coherencia total. La luz jugaba con materiales translúcidos, los brillos metálicos reflejaban como espejos en movimiento, los plásticos parecían hablar cada vez que rozaban el aire. Todo estaba diseñado para que la pasarela vanguardista se convirtiera en una experiencia sensorial completa.
Era como entrar en un universo paralelo, donde el tejido no solo cubre sino que se convierte en interfaz, en superficie que comunica. La ropa no era superficie: era luz, sonido, tacto, incluso memoria.
el legado que aún respira
Lo que más me impresiona de Maison Margiela es esa capacidad de mantener vivo un legado sin quedarse atrapado en él. La firma no repite fórmulas: las retuerce, las reinventa, las lleva más allá. Y esa coherencia entre pasado y futuro la convierte en la maison que mejor encarna la moda como arte.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
Pienso en esa frase y la aplico al desfile: Margiela nunca ha corrido tras las tendencias, las ha dejado venir a él. Y lo ha hecho mostrando que la verdad de una prenda está tanto en su interior como en su exterior.
un guiño vintage hacia el mañana
Lo que vi en Milán fue un futuro textil que no se basa en efectos digitales sino en agujas, costuras y cortes. Una especie de retrofuturo de taller, donde lo manual vuelve a ser lujo y lo imperfecto se transforma en poesía. Como un vinilo que cruje cada vez que lo pones, así son las prendas de Margiela: imperfectas, ruidosas, llenas de alma.
Y me quedo con esa imagen: ropa como escultura habitable, moda como emoción táctil, pasarela como experiencia total. Un presente que ya es futuro y que, paradójicamente, mira hacia atrás para seguir avanzando.
Entonces me pregunto: ¿hasta dónde puede llegar Margiela con esta forma de entender la moda? ¿Será posible que el lujo del mañana no esté en lo nuevo, sino en la huella visible del proceso? ¿En esa costura torcida que, lejos de ser un error, se convierte en la firma más humana de todas?